Cuando te topas con un héroe: La mano del Verdugo y Blas de Lezo
Antes de que sigas leyendo debo tranquilizarte; no revelo en este artículo nada que no debas saber sobre La mano del verdugo
Hace un par de años, mi amigo Álvaro me habló de la figura de Blas de Lezo. Yo debo reconocer que era muy poco lo que había oído sobre el marino. Me fascinó el relato sobre su defensa de Cartagena de Indias frente a una escuadra británica treinta y una veces superior, de cómo la derrotó, y de la soberbia del soberano inglés que se había permitido el lujo de acuñar monedas conmemorativas de su victoria en ultramar sin ni siquiera conocer el resultado de la contienda, de tan seguro como estaba de su triunfo (informado “erróneamente” eso sí, por su almirante Vernon, quien precipitó la falsa noticia de haber barrido las defensas españolas). Busqué información al respecto y descubrí que Blas de Lezo, el marino nacido en Guipúzcoa, estaba considerado uno de los mayores estrategas de la historia de la Armada Española y que tiene, a fecha de hoy, el doble mérito de ser héroe nacional en España y en Colombia. Lo triste es que en España fue despojado de honores, tras su muerte, por trapicheos políticos del virrey de turno. Si queréis saber algo más sobre él, solo tenéis que pinchar aquí: Blas de Lezo.
Ese relato quedó almacenado en algún recoveco de mi memoria hasta que, meses después, paseando por los Jardines del Descubrimiento en Madrid, me topé con la estatua del héroe, cojo, manco y tuerto. Yo tenía previsto que uno de los capítulos de La mano del verdugo transcurriera en un lugar emblemático de la capital pero, ante la visión de aquel personaje singular, decidí cambiar el enclave. Algo que, además, resultó un acierto según me comentó mi asesor dentro de la Policía Nacional. Para lo que tenía planeado que ocurriera, aquel sitio era inmejorable.
La novela se publicó el pasado mes de diciembre y una copia llegó a manos de Salvador Amaya, el escultor que tan bien supo reflejar sobre el bronce lo que los muchos años de guerra y determinación habían labrado en el carácter y el físico del marino. El propio Salvador Amaya publicó en sus redes un comentario entusiasta sobre la novela y las andanzas del ex policía Frank Geraldo por el que le estoy muy agradecido. Propusimos conocernos y qué mejor sitio que a los pies de la estatua del almirante (los que hayáis leído La mano del verdugo entenderéis el motivo). Álvaro, historiador erudito, nos acompañó en ese momento singular, junto con su también amigo, David Feito: entre ambos hicieron posible el encuentro.
Y es que, a veces, los libros encierran secretos ocultos entre sus páginas que ni siquiera han sido escritos.