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En una sala de hospital…

En una sala de hospital…
21/11/2018 Juan Solo
Reflexiones hechas en una sala de hospital a partir de una experiencia personal - Juan Solo

En una sala de hospital…

El otro día fui al hospital acompañando a mi mujer. Nada más entrar recuerdo haber pensado que estaba abarrotado de gente.

Durante las cinco horas que estuve allí, contando el tiempo que pasé en la sala de espera, mientras la intervenían, y el posterior en el box, acompañándola en el despertar de la anestesia, me dediqué a observar a mi alrededor.

Vi a pacientes que tamborileaban las manos o movían el pie de forma frenética,  presa de los nervios. Otros tenían la vista fija en la pared con expresión perdida. Los había que leían con interés y también quienes pretendían leer pero llevaban veinte minutos sin pasar la página de su libro. No era difícil imaginar quiénes se encontraban allí para pasar una revisión rutinaria o quiénes aguardaban, angustiados, los resultados de unas pruebas a las que desearían no haber tenido que someterse jamás.

Y, por supuesto, también estaban sus seres queridos.

Algunos de ellos tan angustiados como los enfermos a los que acompañaban. Otros intentaban fingir serenidad pero lo único que lograban era transmitir una terrible sensación de desazón. Había quienes, como yo, esperaban caminando arriba y abajo por las zonas comunes del hospital o estudiaban las posibilidades que ofrecía la máquina de café con el mismo detenimiento que si estuvieran decidiendo la compra de un coche. Cualquier pretexto es bueno con tal de mantener a raya a los pensamientos negativos.

Me fijé en las manos: unas se retorcían, nerviosas; otras sujetaban con fuerza la de la persona sentada a su lado. Sin hablar. También había ojeras que contaban historias de dolor y desesperación.

Junto a una persona que padece siempre hay otra que sufre.

Había jóvenes, asustados, y ancianos que miraban con determinación al frente, como si los muchos años vividos les hubieran servido de preparación para afrontar una broma malintencionada del destino. Pacientes vestidos con humildad y otros con ropas que evidenciaban su privilegiada posición económica. Pero eso allí daba igual; el miedo no entiende de modas ni linajes. Todos estamos desnudos ante la enfermedad.

Tantas historias por conocer y contar…

Por fortuna, en nuestro caso, todo salió bien.

Cuando llegué al hospital recuerdo haber pensado que se encontraba abarrotado de gente. Grave error. Al marcharme, cinco horas después, ya había comprendido que los hospitales están llenos, pero de personas.

Como tú y como yo.