Lo que no visteis en Ilustres ignorantes

Estoy seguro de que muchos de vosotros sois fieles seguidores de “Ilustres Ignorantes” o, al menos,  habéis visto el programa alguna vez. Yo tuve el honor de participar en el primero de esta temporada, el dedicado a “Los cuñaos”.  Me he propuesto contaros algunos pequeños secretos para que comprendáis cómo funcionan las cosas en la tele, lo que no se ve ante las cámaras, tarea que ya abordé en mi primera novela, El hombre sin brazos.

A finales de verano recibí una llamada de Javier Coronas, preguntándome si me gustaría acudir como invitado al programa que inauguraba la temporada. Le contesté que sí, que por descontado. Los cómicos somos grandes fans de “Ilustres Ignorantes” y, para mí, esa invitación suponía hacer realidad un sueño.

 

(Perfil de Juan Solo en Facebook)

Lo que os voy a contar lo escribo desde la sinceridad más absoluta; no me suelo poner nervioso casi nunca (quizá sea un irresponsable) y esa ocasión no fue una excepción. A Ilustres hay que ir a pasarlo bien y a disfrutar; cualquier otro planteamiento es una pérdida de tiempo. Están locos y pueden salirte por donde menos lo esperas así que hay que tomárselo como una reunión de amigos que dicen lo primero que se les ocurre sobre cualquier tema (como tertulianos pero con gracia). ¿Quién no ha hecho eso alguna vez? Lo que realmente me preocupaba (y si me vais a llamar vanidoso sé que me lo merezco) era la cara de pan que se me había puesto (reflejé esta preocupación en el protagonista de El hombre sin brazos, Lucas Martín). Después de seis meses de trabajo a destajo, terminando mi segunda novela Una muerte improvisada y actuando sobre los escenarios, me propuse no hacer otra cosa en verano que descansar, comer y beber. Me pesé; había engordado cinco kilos. Como no quería parecer en pantalla un bollo industrial con americana me propuse perderlos. Solo disponía de diez días, tarea casi imposible y las únicas armas con las que contaba eran mi fuerza de voluntad y Montse, que se ofreció a vigilarme en todo momento y ejercer de doberman ante la nevera en caso de que fuera necesario.

Alguno pensará: eres un superficial. Puede que sí, pero os garantizo que todo el que sale en televisión se preocupa por su aspecto y si el que diga lo contrario, miente.

Bueno, Ignatius no.

Perdí 5’5 kg. Sí, lo logré matándome de hambre, como un poeta parisino y no probando el alcohol (aquí, el ejemplo del poeta parisino no sirve). ¿Por qué os cuento esto? Porque me dio confianza y eso me permitió presentarme muy tranquilo en la Sala Galileo Galilei el día de la grabación. Si conoces tus puntos débiles antes de enfrentarte al público y haces lo posible por contrarrestarlos, ganarás confianza en ti mismo que, a fin de cuentas, suele ser lo que marca la diferencia.

El primero en recibirme aquella tarde fue Javier Coronas que me dio un abrazo y me invitó a una cerveza. Además, me dijo que le hacía mucha ilusión que yo fuera al programa. A partir de ese momento, todo fue coser y cantar. Me lo pasé en grande y creo que el público también. Me sentí como uno más, y si a alguien debo agradecérselo, es a Coronas, Cansado y Colubi, tres emisarios del humor que hicieron todo lo posible para que me sintiera a gusto. Y no solo eso, fueron generosos en el escenario, una cualidad rara y muy apreciada.

Con Javier Cansado ya había coincidido en alguna ocasión. Para cualquiera que se dedique al humor en nuestro país, compartir escena con él es como ir a un campus de verano y que Magic Johnson te de una asistencia. Con él charlé largo y tendido antes de empezar el programa; hicimos bromas absurdas y nos reímos de tonterías, que al fin y al cabo es en lo que consiste nuestra profesión. Me relajé aún más y disfruté cada momento porque era consciente de que estaba en presencia de un genio.

Y por último, Pepe Colubi que, ese día, nos dio una lección de profesionalidad. Pepe se encontraba muy mal, aquejado de un principio de neumonía, con fiebre, tos y un hilo de voz. Cuando hablaba parecía una mezcla entre Marlon Brando y Jabba the Hutt. Bebía agua sin parar (sí que era grave) e iba embutido en abrigo, bufanda y jersey de lana (los demás estábamos en camisa porque el calor era tremendo pero él, como el personaje de una tragedia polaca, llevaba el frío metido dentro).  Cuando sonó la sintonía del programa y se encendió el pilotito rojo de las cámaras, Pepe cobró vida y, no sé de dónde sacó la energía pero estuvo gracioso, ocurrente, gamberro, guarro y sin flemas. Honró a Freddy Mercury cuando cantaba aquello de “Show must go on!” y fue un ejemplo para todos.

Me lo pasé en grande, como un niño en Disneylandia. Fele Martínez, que era el otro invitado, estuvo atinado, ocurrente y muy gracioso, una faceta que desconocía de él. En definitiva, una fiesta, un programa de humor. Sí, de humor, de esos que ya no quedan en televisión.

Aquí os dejo el enlace a los videos de “El cuñao” entero en el Canal de Ilustres Ignorantes en Youtube: “El cuñao” – parte I + “El cuñao” – parte II + “El cuñao” – parte III). Si leéis los comentarios veréis que los trolls que me perseguían e insultaban en Marca me han seguido la pista. En fin, “El fútbol es asín”.

 

Espero que lo disfrutéis y que os convirtáis en fanes incondicionales de Ilustres ignorantes un programa que ha hecho mucho por alegrar nuestras vidas y convertir este mundo convulso en un lugar algo más divertido.  Podéis ver el programa.