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El día que me hice pasar por catalán

El día que me hice pasar por catalán
20/10/2016 Juan Solo
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El día que me hice pasar por catalán.

Ahora que voy a estar actuando tres semanas en Barcelona presentando las galas del Canna Comedy Tour, he recordado el día en que me hice pasar por catalán. O, para ser exacto, debería decir la noche.

Ocurrió allá por 1998, más o menos. Yo había terminado mis estudios de Arte Dramático e intentaba abrirme paso en el difícil mundo de la interpretación. Mi representante por aquella época me llamó para decirme que en el programa de debate Rifirrafe de Telemadrid, dirigido por el periodista vasco Antxon Urrusolo, necesitaban a alguien que se hiciera pasar por catalán y contara chistes sobre madrileños. Según parece, alguien pensó que yo era el indicado ya que se me daban bien los distintos acentos y aún no era conocido (había hecho alguna cosa de teatro pero aún faltaban seis años para que me estrenara en el mundo de los monólogos). Mi representante me advirtió que no me pagarían nada, pero consideraba que debía aceptar ya que se trataba de una oportunidad magnífica para mí.

Si de alguna manera estás involucrado en el mundo del espectáculo más vale que tengas esto en cuenta: siempre que un representante te aconseje un trabajo mal remunerado porque puede contribuir a que te conozcan o a engordar tu currículum, en realidad significa que es bueno para él. Probablemente le hayan pedido el favor de encontrar a alguien y desee apuntarse un tanto a tu costa. No vayas a creer que el tuyo es diferente del resto porque te equivocarás. Hazme caso y te ahorrarás disgustos.

Como yo era joven e inexperto, piqué el anzuelo y acepté. El programa era un especial “Madrileños contra catalanes” organizado con motivo de la disputa de un Real Madrid – Barcelona en el Santiago Bernabéu. Nada más llegar al plató me sentaron en la grada de los “catalanes”, en su mayor parte seguidores del Barça que habían venido en autobús a ver el partido. Destaco el hecho de que el hijo de Joan Gaspart se encontraba entre ellos.

 

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La grada de enfrente estaba ocupada por los “madrileños”: aficionados del Real Madrid, un par de chulapos que parecían salidos de la verbena de la Paloma y un vendedor de barquillos. Debo decir que nací en Madrid y solo he visto a un vendedor de barquillos en toda mi vida. En lo que a mí respectaba, me sentía tan representado por esas personas como por una delegación de romulanos. Pero entiendo que contribuían a polarizar el clima, que es lo que se buscaba en aquel programa; no en balde se llamaba Rifirrafe.

Mis compañeros de grada se interesaron por mí. En catalán. Lo entiendo bastante bien; una rama de mi familia vive en Cataluña y allí tengo algunos de mis mejores amigos. Pero hablarlo hasta el punto de hacerme pasar por hijo de la Ciudad Condal quedaba muy por encima de mis posibilidades. Hice lo mismo que los espías en las películas: asentir y contestar de manera escueta en castellano aderezado con un acento catalán de lo más macarrónico. Recuerdo que una señora, que no acababa de ubicarlo, me preguntó:

-¿De dónde eres?

-Nací en Badalona pero mi familia se mudó muy pronto a Almería – le expliqué. – Llevamos viviendo en Madrid unos años.

Ella pareció darse por satisfecha con mi respuesta.

-¡Claro! Ya me sonaba raro tu acento…

-Se me está olvidando todo el catalán – añadí, viniéndome arriba-.  ¿¡Te lo puedes creer!?

El hijo de Gaspart me preguntó si me trataban mal en Madrid; no cómo me trataban sino si me trataban mal. El matiz es importante.

-¡Fatal! – contesté.

Y desde ese momento me consideró uno más.

Cinco minutos antes de empezar la emisión, el director del programa nos aleccionó para que creáramos polémica sin entrar en el insulto personal; esa era la línea roja que no debíamos cruzar (ahora que está tan de moda el término.) Pero dejó claro que llamar tacaños a los catalanes o chulos a los madrileños no era faltar al respeto a los del bando opuesto sino reflejar un sentir popular.

Ese era el tono.

Entonces entró en el plató un hombre barbudo que vestía una camiseta del Real Madrid (así creo recordarlo) y ocupó su lugar en la grada de los madrileños: era mi antiguo profesor de Educación física, Gerardo Andrés Tocino Pérez, presidente de la peña madridista La gran familia. ¡Yo no podía dar crédito a mi mala suerte! Intenté encogerme en el asiento y hacerme invisible pero no tardó ni treinta segundos en reconocerme.

-¡¿Pero qué haces tú ahí?!  – me gritó de una grada a otra.

Me sentí como un espía en una película de James Bond al que hubieran desmontado su tapadera y estuviera a punto de morir en un acuario lleno de pirañas. Le hice gestos para que nos encontráramos en el espacio que separaba ambas gradas y le expliqué por qué me encontraba en el programa.

-¿Que te vas a hacer pasar por catalán? ¡¿Estás de coña?!

-Gerardo, baja la voz, por favor.

-A mí, que digas que eres catalán me da igual, pero que reniegues del Madrid… ¡Un merengue como tú!

-Ya, pero esto es trabajo.

-¡No se te ocurra hacerte el gracioso con nosotros porque como te pases un pelo le digo a todo el mundo que estudiaste en los Salesianos de Estrecho – me advirtió, medio en broma.

El debate transcurrió como cabía imaginar: argumentos manidos por ambas partes, acusaciones cruzadas y, de vez en cuando, un chiste cargado de tópicos. Yo intervine lo menos posible, convencido de que mi acento no daba el pego. Ese fue el momento en el que me pidieron que me pusiera en pie y contara un chiste de madrileños: mis compañeros de grada me animaron y yo hice lo que pude. Conté ese tan viejo (y sin gracia) de uno de Madrid que va andando por la orilla de la playa, una ola rompe a sus pies, él se encara con ella y le suelta:

-¡A que te bebo!

En mi grada fue reído y aplaudido, igual que antes lo había sido en la de los madrileños uno sobre dos catalanes que de tanto estirar una peseta acabaron inventando el hilo de cobre. Sé que conté otros dos más, pero no lo recuerdo.

O quizá he preferido olvidarlo.

Cada vez que cortaban la emisión para dar paso a publicidad, mis compañeros de asiento se dirigían a mí en catalán. A esas alturas yo ya estaba muy nervioso. Contestaba a todo con monosílabos, me reía cuando no entendía algo y asentía. No creo que haya asentido más en toda mi vida.

Varios episodios vergonzantes después, el programa concluyó y yo me escabullí cual ninja en la noche antes de que nadie pudiera hablar conmigo.

Supongo que en estas cuestiones todo se reduce a saber en qué grada estás sentado y qué te toca defender.

Al día siguiente, caminando por mi barrio, un hombre mayor me paró por la calle y se me encaró. Yo no tenía ni idea de quién era.

-Te vi anoche en la tele – me dijo con cara de pocos amigos -. Si tan poco te gusta vivir aquí, ¿por qué no te vuelves a Cataluña? ¡Desagradecido!

Yo no supe qué contestar, me encogí de hombros y seguí andando.

Sí, aquello fue una gran oportunidad para mi carrera… ¡Ya te digo! Aunque al menos ha servido para echarme unas risas…

Ahora.